(Parece que alguien arrancó esta hoja de un libro).
A los cuatro pobres animales les rugía la barriga del hambre que tenían y no les quedaban fuerzas para pensar.
"¿Y si le ofrecemos un buen espectáculo a cambio de una comida sencilla?".
El dueño del restaurante pensó por un instante y sonrió amablemente a los cuatro animales.
"¡No sabía que eran artistas! ¡No puedo aceptar su dinero!".
Los cuatro músicos se alegraron enormemente al oír esto. ¡Qué hombre tan agradable!
El dueño los condujo hasta un reservado:
"¿Qué les apetece comer? ¿Les gustaría ir a la cocina a echar un vistazo?".
Todos tenían demasiada hambre como para poder moverse, y el único que conservaba algo de fuerzas era el gallo:
"¡Quiquiriquí, qué bien! Quédense aquí sentados y yo iré a elegir la cena".
El gallo se fue rápidamente a la cocina con el dueño y los demás se quedaron esperando en la mesa.
Poco después, el perro empezó a oler a comida con su fina nariz.
"Guau, guau, ¡qué bien huele!".
El burro tenía unas fosas nasales muy grandes y le llegaban grandes oleadas del aroma.
"Hi aaah, hi aaah, ¡es verdad! ¿Qué será eso que huele tan bien?".
El inteligente gato negro recordó comidas que había probado antes:
"Miau, miau, ¡qué rico! ¡Huele a grasa animal! ¡Nos espera una delicia!".
En ese momento, el dueño regresó con una olla rebosante de un caldo aromático:
"¡Amigos, aquí tienen una deliciosa sopa de pollo!".
Y así terminó la historia de los cuatro músicos de Belobog.
(En la parte de abajo de la página hay un comentario escrito con caligrafía elegante: "¿Qué clase de final es este? Será mejor que yo escriba el final del cuento").