Continuación: Artem recorrió la galería histórica de la Ciudad Congelada y, mientras esperaba a que lo convocara la reina en el salón, se encontró con Dalmir, que se acercó a hablar con él. Los dos mantuvieron una buena conversación. Dalmir expresó de paso su verdadero propósito: necesitaba un compañero para volver con él al Reino de Lava y volar juntos hacia el cielo...
Los pensamientos de Artem eran como la superficie de un tambor golpeado con fuerza por unas baquetas. Una vez más, estaba completamente sorprendido.
"¿Dejar el planeta... para ir más allá del cielo?".
Tecnología inconcebible, historia desconocida, tierras lejanas y mágicas. Cada hecho asombroso seguía golpeando los límites de la percepción de Artem. Justo cuando pensaba que nunca más se escandalizaría por nada, el hombre que tenía delante lo invitó a salir volando del planeta usando un cañón impulsado por un volcán. Solo le quedaba una opción...
"¡Me niego!".
"¿Eh? Pensé que serías más aventurero y dirías que sí".
"No es lo mismo en absoluto. Ir a un país extranjero lejano o subir a un lugar elevado, aunque parezca una locura para algunas personas, está dentro de los límites de la razón humana y del impulso de aventura. Pero volar hacia el cielo mediante de una erupción volcánica... ¿Qué extraña forma de suicidio es esa?".
Después de intercambiar algunas palabras de cortesía, él y el aventurero del volcán se despidieron apresuradamente.
"Puede que no sea una locura tan imprudente, joven". A los pocos pasos, otra persona se dirigió a Artem. La voz sonaba dominante y agradable.
Fue entonces cuando Artem se dio cuenta de que una mujer vestida elegantemente lo miraba a poca distancia. Al notar su vestimenta, Artem se dio cuenta, sin duda, de lo que ocurría. Se apresuró a hacer una reverencia. La mujer sonrió y asintió.
"¿Puedo hacerle una pregunta? Aventurero de Belobog, ¿por qué se embarca en este viaje donde la vida y la muerte son inciertas?".
"¿Quizás... por la sangre inquieta que fluye naturalmente en mi cuerpo?" Artem reflexionó. Después de un momento, sacudió la cabeza.
"O tal vez sea porque la vida en Belobog es muy tranquila. Nos escondemos en nuestras casas y escuchamos a los oradores día tras día. Los guardias mantienen la frontera libre de monstruos y evitan que la gente dé un paso más allá. Si se trabaja duramente, se consigue comida y ropa. Pero cada día es igual que el anterior. La vida no cambia, y no habrá ninguna diferencia gracias a la paz. Los habitantes temen un futuro precario y la pérdida de la vida familiar. Incluso después de siglos de historia, nadie ha salido realmente de Belobog".
"No quiero mirar periódicos con casi el mismo contenido día tras día. No quiero taparme los ojos y los oídos y pretender que el mundo es solo del tamaño de una ciudad. Quiero saber si puedo vivir lejos de la tranquilidad".
La mujer se rio: "Parece que ha nacido en el lugar equivocado. Es diferente de los demás habitantes de Belobog que conozco".
"¿Ha llegado aquí algún otro habitante de Belobog además de mí?".
"Eso fue hace cien años, y el final fue lamentable. Afortunadamente, la Ciudad Congelada no se queda en un solo lugar, sino que avanza a través de la tormenta, así que se pudo evitar un enfrentamiento".
Artem escuchó atónito cada palabra que dijo la dama: "¿Quiere decirme que Belobog estuvo una vez casi en guerra con la Ciudad Congelada?".
"Desde entonces, vigilamos a todos los visitantes provenientes de esa tierra". La dama levantó la mano, indicándole que dejara de hacer preguntas por el momento: "Pero como puede ver, la Ciudad Congelada no es un bloque de hielo inmutable, está construida con agua en movimiento. Así como el agua que fluye, la ciudad permanece libre de prejuicios".
"A una persona se la debe juzgar como a una joya, girándola y examinándola por sus diferentes lados. He oído hablar de usted por las descripciones de Anna. Hemos leído su diario de aventuras y ahora lo he visto en persona. Para los estándares de la Ciudad Congelada, usted es realmente una persona notable".
"Gracias por su indulgente juicio, Su Majestad". Artem inclinó la cabeza.
"Volvamos al tema anterior. Le pregunté por qué quiso embarcarse en una aventura. Su respuesta demuestra que no quiere limitarse a los estrechos confines del mundo ni pasar sus días repitiendo una rutina. Ha oído hablar e incluso ha visto más de esta tierra de lo que la mayoría de la gente sueña sobre la Ciudad Congelada y el Reino de Lava... Pero esta ciudad está ligada a los cielos, al igual que Belobog está ligado a la tierra, ¿entiende lo que quiero decir?".
"Yo... entiendo, Su Majestad. No puedo imaginarme que un ser humano pueda pisar el cielo. Solo un ave podría hacer algo así", murmuró Artem. "No estoy seguro de si la invitación de Dalmir es una locura suicida o una apuesta propia de exploradores".
"¿Existe alguna diferencia clara entre ambos? Debido al instinto de supervivencia humano, el espíritu de aventura siempre ha sido una virtud que no compensa el riesgo. Pero también es gracias a este espíritu que los humanos del viejo mundo fueron capaces de alcanzar cosas más allá de nuestra imaginación. La aventura y la exploración, estrictamente hablando, también forman parte del patrimonio del viejo mundo".
"Si usted se hubiera quedado viviendo tranquilamente tras las murallas Belobog, no habría podido ver la Ciudad Congelada. Las palabras de Dalmir sobre el Sateledén no son delirantes. Es un milagro que dejaron los humanos del viejo mundo en el espacio profundo, más allá del alcance del ojo humano. Pero la gente de hoy ha olvidado hace mucho cómo era". La reina suspiró suavemente con pesar.
"Atravesó las llanuras nevadas en busca de aquellas reliquias, para continuar con el legado del viejo mundo. El camino de vuelta ha sido enterrado por la nieve, Artem. Solo es posible ir hacia adelante: para usted y para la Ciudad congelada. Siempre ha sido así".
"Lo pensaré". El aventurero reflexionó un momento y dejó escapar un largo suspiro: "Iré a hablar con Dalmir".
De repente, la expresión de la reina se volvió seria: "No estoy tratando de tentarlo, joven Artem. La aventura se puede emprender por impulso, pero nadie puede llegar hasta el fin del mundo solo por impulso. Elija lo que elija, tengo un regalo para usted".
Desde su capa, la reina extendió las manos, sosteniendo una vara corta, y se la entregó a Artem. La vara se bifurcaba en un extremo y se perfilaba en forma de un águila bicéfala.
"Joven Artem, no existe el ritual de arrodillarse en la Ciudad Congelada, pero hágalo como una forma de respeto a la sabiduría del viejo mundo. No ante mí, sino ante el viejo mundo".
La reina sostuvo la vara y, de repente, un líquido fluyó desde la parte superior, tomando forma de una hoja de hielo celeste.
Giró la espada increíblemente rápido, tocando ligeramente a Artem una vez en cada hombro y en la parte superior de la cabeza. Artem sintió el hielo respirando y saltando sobre sus hombros.
"Que su camino no encuentre obstáculos, que la suerte lo acompañe y que el valor nunca le falte".
"La tecnología de esta espada fundida en agua ha sido transmitida desde el viejo mundo. Ahora se la doy a usted, caballero de la Ciudad congelada. Para el cielo, no es más que una insignificante aguja; para la tierra, no es más que una herramienta para cortar obstáculos; pero para usted, es el valor para avanzar en los momentos difíciles".
"Adelante, Artem".