La vida surge del deseo instintivo de reproducirse. Los sentidos y el espíritu no son más que subproductos accidentales que se crean cuando se lleva a cabo el instinto básico de reproducción. Quienes no sucumben a sus deseos primarios se jactan de ser sabios, sin ser conscientes de que ya son considerados como alimento para los descendientes de Tayzzyronth, el Eón de la Propagación, Imperator Insectorum. Sus descendientes son tan numerosos que cubren el firmamento al completo, y sus antenas son tan largas que pueden medir la galaxia. Los mundos temen este caos autorreplicante y lo llaman El Enjambre.
La conciencia, el alma, la tecnología, la filosofía... A los miles de ojos compuestos de Tayzzyronth, las leyes del universo que persiguen las razas inteligentes no son más que un efecto secundario del objetivo principal: la reproducción. El Enjambre no busca tener seguidores, porque la adoración en sí misma es un deseo superfluo. Solo las criaturas voladoras que sucumben a sus instintos primarios se ven atraídas por su naturaleza autorreproductiva y, tras convertirse en su alimento, pasan a formar parte del Enjambre.
Incluso sin su rey, El Enjambre sigue multiplicándose y expandiéndose a un ritmo incalculable a la vez que lleva el miedo y el desastre a los mundos elegidos para ser sus colmenas.