Archivum Honkai: Star Rail

(I)

32 de octubre

Desperté en la mañana, pero no me levanté. Fantaseé sobre qué sucedería en la oficina si me ausentara un día entero.

Sé muy bien que no pasaría nada de nada. Xianzhou seguirá flotando por el espacio sin importar quién se vaya, tal como la flecha del Señor Arquero del Destino siempre apunta a su objetivo.

Últimamente, las trivialidades que suceden en el trabajo me ponen cada vez más impaciente. Cada vez que llega una nueva tarea, maldigo junto a mis colegas a todos los involucrados en ella, luego aprieto los dientes y me pongo a trabajar. Es imposible delegársela a un subordinado, porque los jóvenes son muy relajados y solo hacen lo que quieren. Sueñan con trabajar en planetas distantes, pero no les importa el trabajo que tienen a su alrededor.

El trabajo que hacemos en la Comisión de Administración del Territorio es insignificante. En mis 122 años allí, siguen repitiendo lo mismo una y otra vez de distintas formas, y seguirán haciéndolo hasta el fin de los días.

No quiero trabajar. Solo quiero ser como un perro, revolcarme delante de la oficina de la Comisión de Administración del Territorio mientras disfruto del sol artificial, observar a la gente e imaginar historias de su vida. Si un turista me lanzara un bocado, movería la cola en agradecimiento.

Es una lástima que todos los perros en Xianzhou sean perros de trabajo. Hasta Diting tiene más aguante que yo.


2 de noviembre

Dicen que la primera señal de envejecimiento en las razas de corta vida es sentir nostalgia por el pasado, y los nativos de Xianzhou tampoco somos distintos. Puede que nuestros cuerpos no envejezcan, pero los recuerdos pronto empiezan a acechar nuestras mentes.

Una vez soñé que estaba de nuevo en el campo de batalla. Mis hermanos Nimbocaballeros y yo blandíamos ballestas y una espada gigante nos seguía detrás en busca de enemigos. Volvimos a Xuange, al sistema Brazo del Gigante; volvimos a las islas de Thalassa, y en el camino, luchamos contra todo tipo de abominaciones de la Abundancia.

Soñé que estaba rodeado de bestias inhumanas. Que la espada se revoleaba a mi lado y cortaba a las bestias antes de que se partieran en pedazos. El fluido de los cuerpos enemigos me manchaba la cara. No esperaba que no se sintiera frío; no esperaba que fuera tan rojo.

El paisaje de ensueño se tornó completamente rojo e inmensos monstruos de caparazones de silicona quitinosa rugieron fuertemente, mientras machacaban y pulverizaban a todos los escuadrones que se les acercaban. Las abominaciones abrían sus alas de insecto y una fría y dolorosa ráfaga de viento me soplaba en la cara.

Quería ver de nuevo las caras de mis hermanos, pero no había nadie a mi alrededor. Al bajar la mirada, vi rostros reticentes en el suelo, expresiones congeladas como gritos de voluntades que quedaron sin cumplir. Cada ojo parecía una canica raspada al caer al polvo, que miraba firmemente al cielo.

Razas de larga vida... Esa broma me hizo reír a carcajadas y me desperté.

Mi brazo derecho arde justo donde me lo arrancaron, como si acabara de ser cercenado por las fauces de un monstruo. Al girar el codo, y aun si mi brazo creciera de nuevo, no puedo olvidar el dolor que me destrozó por completo. Has pasado trescientos años y el dolor aún persiste.