Hola, Natasha:
¿Cómo te va? Espero que estés bien.
Como dije en la carta anterior, te envidio mucho. Siempre eres tan tranquila y amable con tus pacientes, sean quienes sean... Esa afinidad innata que tienes es lo que me provoca celos.
Recuerdo el discurso que di cuando comencé la escuela, agitando los brazos en el escenario y abogando por el desarrollo de la Inmunidad a la ventisca. ¡Qué tonto era! En mi última época en la escuela de medicina me volví cada vez más terco y cerrado. Los experimentos y las ambiciones consumían mi corazón y acabé ignorando completamente a los pacientes a los que tenía que tratar...
Natasha, no me atrevo a pedirte perdón. Ya le debo demasiado a la gente del Bajomundo.
Podría haber pasado el resto de mi vida como un loco, refugiándome en mis convicciones, si no hubieras accedido a mi deseo de exiliarme. El frío me hizo reconocer lo arrogante que me había vuelto. ¿Cómo podría un niño que creció en un ambiente cálido concebir una cura para el frío? Gracias por darme una última oportunidad para descubrir la respuesta.
Vivo en una casa abandonada con el tejado roto y continúo haciendo experimentos en los que voy progresando poco a poco. Estoy temblando, pero no por el frío, sino porque siento que cada vez estoy más cerca de la respuesta que busco. Me he convertido en un paria, incapaz de volver a la civilización o enfrentar a mis padres... Pero no desespero, porque ya descubrí el sentido de mi existencia. Tengo la sensación de que estoy en el camino correcto.
Los reactivos que desarrollé en el Bajomundo tenían un grave defecto: el medicamento solo abordaba el problema de la pérdida de temperatura y el fallo orgánico, y se entraba en un ciclo interminable de consumo y recuperación. Debería haber cambiado mi enfoque de estudio antes y centrarme en descubrir el método para elevar la temperatura de los órganos corporales de manera controlada.
Natasha, muchas gracias. Me ayudaste a encontrar la pieza que faltaba en el desarrollo de la Inmunidad a la ventisca.